domingo, 7 de junio de 2009

De visita en la tierra del huapango


Por: Jesús Zarazúa Rangel, Sábado, 06 de Enero de 2007
Vamos a hacer dos columnas, una de hombres y otra de mujeres, hermanos, por favor ya están dando la segunda llamada y la misa es a las doce del mediodía, por favor, acomódense...
... los hombres en una columna y las mujeres en otra...– mencionó una mujer por un altavoz con el cual se guiará la procesión de la ermita de La Virgen de Guadalupe hacia el templo de San Francisco.
Delante va La Cruz Alta, seguida por la palabra de Dios, después los estandartes y luego todos nosotros, hermanos, los peregrinos al Tepeyac, somos una sola iglesia y diez parroquias, representamos el Decanato de La Sierra de Guanajuato –continuó diciendo la mujer, mientras se daban los primeros pasos rumbo a la celebración de la misa.
Ayer por la tarde un amigo que forma parte de la “Asociación de peregrinos a pie al Tepeyac”, me invitó a que lo acompañara a Xichú a una de sus asambleas ordinarias que se celebraría en ese lugar, no sé qué pensé en cuanto le dije que sí lo acompañaba, tal vez fue que no conocía ese lugar tan famoso por sus topadas de huapango arribeño, en donde un poeta se enfrenta a otro, improvisando versos que se declaman y versos que se cantan uno a uno, frente a frente, toda la noche y hasta que entra la mañana, en un círculo vital, en una pelea entre la vida y la muerte, donde el honor y la valía del trovador está en juego. Sí, tal vez fue eso lo que me animó a acudir a ese lugar de magia y tradición, un lugar milenario enclavado en La Sierra Gorda y que colinda con el vecino estado de San Luis Potosí.


* La iglesia de XichúSalimos entrada la mañana, fuimos varios en una camioneta, uno de ellos, de mucha experiencia, también es de los adoradores, él, llegó directamente de la parroquia, no fue a su casa, y desde que salimos de San José, durante el trayecto, me di cuenta que es un gran platicador, ya que nos fue relatando sus andanzas en estos grupos de la iglesia. Me di cuenta que conoce gran parte de La Sierra Gorda guanajuatense y queretana, ya que por pertenecer a la Diócesis de Querétaro, este señor ha andado por muchos templos en la adoración nocturna y en muchas capillas. También nos contó acerca de su trabajo de albañil, de la camioneta que utiliza para acarrear maderas para los colados, y que antes de poseer ese vehículo, tenía que cargarlos en un diablito, aunque a veces estaba muy retirado el lugar donde almacena su madera del lugar en donde la iba a emplear. Otra de las anécdotas que surgieron fue, de las veces que ha olvidado su bicicleta en distintos lugares y dijo muy sonriente, a mí, nunca se me ha perdido mi bicicleta, sólo la he olvidado y cuando vuelvo ahí está siempre, y es que cuando la dejo le digo, hay quédate burra, no te amarro porque te tengo confianza y ¡ya ven!, es la misma bicicleta desde hace muchos años.
Otro de los señores que viajaban a ese encuentro de peregrinos, mencionó que él no sabía leer, que le hubiera gustado aprender y poder realizar lecturas de la Biblia por sí solo, no que a causa de ello, tiene que andar buscando a alguno de sus hijos para que se la lean, tal vez por eso me han faltado argumentos para vivir mejor, para ser un buen padre –mencionó– pero yo trato siempre de basarme en la palabra de Dios para vivir.
Después de pasar por la cabecera municipal de Doctor Mora, los hermanos, como se llaman entre ellos, sugirieron que se rezara un rosario. Después de ello, continuaron pláticas de manera muy esporádica, en lo personal, me pegué a la ventanilla de la camioneta y fui observando el paisaje, maravillosa la sierra, espléndida la vista y el viento con olor a verdadera libertad, a naturaleza. La vista hermosa, árboles grandes a la izquierda y a la derecha de la carretera, que por cierto está ya terminada hasta Xichú, sin embargo, los espectaculares en los que se hace alusión al nuevo gobernador del estado, le quitan su naturalidad, contaminando la visibilidad y envenenando el pensamiento, bueno, por todo lo que ha acontecido en el país y como se han dado las elecciones, no debería de caber esa basura en tan bello paisaje natural –pienso mientras avanzamos entre curvas y puentes angostos.
Ya que hicieron la carretera nueva, la hubieran hecho más ancha, por seguridad –comenta el señor que iba manejando- bueno, recuerda que los gobiernos se las gastan para robarse aunque sea algo, y por supuesto que se echaron a la bolsa lo de un metro de anchura. ¡Antes se hacían más de tres horas! –dijo la señora del chofer– pues era de terracería, aunque hay tramos por los que ya no se pasa, como el de un túnel que había. Poco más de una hora con cuarenta minutos fue el tiempo necesario para llegar al destino, la tierra del huapango, y de inmediato comencé a ver a las personas con sombrero, algunos de huarache, otros con botas, la mayoría con grandes bigotes. El recorrido por esas calles angostas fue algo difícil, carros que van, carros que vienen, pero al fin al cabo nos estacionamos.
El amigo que me invitó y yo, ahí frente al templo, compramos una torta de carnitas, pero una torta diferente, con sabor a México, pues no tenía mayonesa, ni tanta cosa que se le pone en las loncherías, sino que únicamente fueron las carnitas metidas al pan, la verdad estuvo muy sabrosa, y claro no faltó una Coca, con envase de vidrio, que por los lugares en donde luego ando ya no hay más que de plástico, e incluso hasta me supo más buena y fresca. La verdad no habíamos probado bocado en el transcurso del día Observé el templo de color rojo, un poco ya deteriorada la pintura, la magia del jardín, y ese pequeño tianguis en donde se ofrecen diversos artículos como ropa, juguetes para los niños, fruta y otros enseres, pero algo que le dio color a ese pequeño mundo de trueque en el que dos o más se integran al rito de comprar y vender, de proponer precios y regatearlos, fue que los puestos no están colocados cobre armazones y lonas (como los tianguis más grandes), sino que están colocados sobre mesas, en su mayoría de madera e incluso pueden ser las mesas que se utilizan para comer el resto de la semana, pero el domingo sirven de instrumento para buscar la vida.
En el momento en que movía la quijada tuve la sensación de estar en otro tiempo, fue como volver a lo ancestral y me imaginé a esos bailadores que el último día del año se la amanecen zapateando al ritmo de los violines y la quinta hupanguera, dejé por un instante volar la imaginación e incluso saboree un ponche a las tres de la mañana durante la bravata, acompañado de un poco de mezcal o aguardiente para calentar los pies y no parecer torpe al bailar, suspiré el bullicio de los varones que van y buscan, encuentran y se arriman cerca de los músicos y bailan con una bella muchacha de alguna comunidad más a la sierra, o de por ahí mismo, no sé, incluso, me imaginé sobre el tablado, empuñando una guitarra y versificando la vida, el momento, el frío, el amor y el desamor o simplemente apaleando al de enfrente con temas como el de la vida, el de la tradición y el de la magia… y la gente haciendo levantar el polvo, sonando a un mismo tiempo todas las suelas de las botas, de los huaraches y festejando la vida y la dicha del año nuevo.
—Ya vámonos a la ermita –me despertó mi amigo del letargo imaginativo en que caí– ya es hora.
Para entrar a misa, salió el párroco a recibirnos, nos echó agua bendita y cantando entramos. Observé el templo, vi a las personas, sentí la devoción y la fe de cada una de ellas y me cuestioné acerca de cuánto tiempo hace que no me confieso, que no entraba a misa, de no sentir los latidos de un pueblo de carne y hueso que vive, siente, goza y sufre. Entonces me pregunté acerca de que si los gobernantes no sabrán que existe toda esa gente, que hay poblaciones vigentes que se encuentran en los rincones más apartados y que sólo se sabe de su existencia por las narraciones de las gentes que han ido hasta allá, ya que a veces no aparecen ni el mapa. Ahí, ese día, a esa hora, en esa misa, habíamos gente de diez parroquias distintas, pero de muchas comunidades, éramos cientos, todos movidos por la fe en el acontecimiento Guadalupano que al final de cuentas fue el que logró la evangelización de los pueblos indígenas de México.
De pronto volví a mis cavilaciones, cuánto tiempo hace que está éste pueblo aquí, por qué la gente se vino a vivir hasta acá, qué sentido tendrá la vida para quienes dicen gobernarnos y ni siquiera han vivido en un pueblo de verdad como éste, en donde a diario se enfrenta uno a la vida real, a la pobreza, al frío, al hambre. Por qué los gobernantes viajan en aviones, helicópteros y lujosos coches cuando en estos lugares se viaja a caballo, en mula e incluso en burro o a pie (la verdad no se vieron muchos coches, pero los que vi, me arrancaron una duda, ¿en dónde cargan gasolina? Pues por el camino que nos venimos, la última gasolinera está hasta Victoria y en kilómetros son más de 70).
A la hora de la comunión, la gente se arremolinó a tomar la eucaristía, se hicieron dos filas al centro, una más por el pasillo de la izquierda y otra por el de la derecha. La fe es más grande que cualquier cosa mundana –pensé– pues todos se acercan para llenar ese vacío espiritual que puede existir y que sólo Dios puede llenar.
Después asistimos a la reunión. En ella escuché el sentir de la gente, escuché la voz que pocas veces se escucha, alzándose para dar testimonio de Dios vivo y eterno, con el corazón pulsante y el cuerpo dispuesto a la lucha contra el olvido y la desolación. Al terminar, nos invitaron a comer, agradecido estoy aún por la amabilidad y la hospitalidad de la gente del lugar, gente muy noble y humana, de mucho corazón.
En la mesa gente de diversas comunidades compartimos los alimentos, alimentos naturales, frescos, un mole acompañado de carne de pollo que un día antes aún anduvo rondando los corrales y que ese día fueron ofrecidos con el alma, para que los que visitamos el lugar los disfrutáramos. Hacía tanto tiempo que no probaba una gallina en un platillo, o mole que no fuera doña María. Ahí en el patio parroquial, noté una pintura, una milpa y en ella, la Virgen de Guadalupe frente a cuatro músicos, uno con guitarra quinta, otro con vihuela y dos más con violín, en los dos primeros se nota que están cantando, y existe una frase que dice “flor y canto que se convierte en alabanza”. Ese es un grupo de huapango, la música del lugar. Al bendecir los alimentos el sacerdote nos acompañó y dijo “Xichú es tierra que grita con el corazón y canta con el alma”.
Al salir de la reunión, camino a la camioneta me fui platicando con Tere, una chica morena y muy hermosa, ella es la primera vez que asiste a una reunión, apenas el año entrante irá a la peregrinación. Me contó que ella es de Rancho Viejo, en donde está ubicada la parroquia del Espíritu Santo y aunque eran en ese momento las 4:30 de la tarde, llegarían cerca de las ocho de la noche, ya que la terracería no permite avanzar a buen paso. ¿De dónde eres tú? –me preguntó. De San José –respondí. Ah, –suspiró– dicen que San José es muy bonito, ¿es cierto?, por acá es muy famoso porque dicen que es muy bonito, por favor cuéntame cómo es San José, ya que nunca he ido ahí.
Le conté de las calles, se jardín, la alameda, el templo parroquial, además de que en las calles hay muchos coches y la gente los fines de semana va a las discos a bailar.
Yo nunca he ido a otro lugar que no sea Xichú, Victoria y Cerro Grande –me dijo– un día me gustaría conocer otros lugares. Pues si quieres yo te invito a San José a dar una vuelta –le dije. Eso dices porque sabes que no voy a ir –interrumpió– porque no me dejan ir con un hombre, mi papá sólo me dejaría ir si voy con mis hermanas casadas o con mi mamá, o en un asunto de la iglesia, pero a pasear con un muchacho, no, si lo hiciera me pega. ¿Y allá qué tal se pone el huapango? –interrogó. Allá no hay topadas –contesté– sólo huapango en algunas fiestas pero dura una hora porque lo ponen en el teatro del pueblo.
—¿Entonces cómo hacen sus fiestas allá?
—Con bandas o grupos o con sonido, también castillos y danzas, pero por allá la gente lo toma más a espectáculo que a ritual o tradición.
—Entonces deben ser más bonitas las fiestas de por acá.
—¿Y tú a qué te dedicas? –preguntó y sonrió.
—Estudié para profesor, pero no trabajo, está muy difícil, imagínate que en una secundaria ocupaban un profe, llevé mis papeles, pero no quedé, pues el líder sindical tiene un sobrino que apenas estudia la prepa y lo propuso y se quedó él, pues ni modo –levanté los hombros– eso me pasa por no tener palancas, pero el sistema es así.
Después de un momento de intercambiar pláticas, nos despedimos. Caminé a la camioneta mientras iba pensando en la gente como Tere que nunca han salido de sus comunidades y que su vida está desarrollada en la Sierra, entre el atole y los tamales, las velaciones y las alabanzas, la música de vara, los tunditos, los coros, flores, cruces, palmas tejidas, sarapes, incienso, y todo aquello por lo que lugares como la tierra del huapango siguen siendo mágicos, llenos de misterios, en donde la dualidad hombre-mujer de las antiguas culturas se mezcla con el único Dios y su cruz, en donde el rito de la vida y la muerte se convierte en una lucha cotidiana y por lo que lugares milenarios conservan sus costumbres y son pueblos muy vivos en donde la sangre irriga la memoria y la hace más lúcida que cualquier otra cosa de la modernidad como el celular que ni siquiera existe por aquellos lugares y no tienen cabida las comodidades ya que los pies se llenan de polvo, polvo del que somos y del que un día nos convertiremos.

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