domingo, 7 de junio de 2009

“Mezcal”: Existencialismo en un rincón perdido de Oaxaca

Domingo, 27 de Mayo de 2007
El surrealismo mágico todavía tiene vida en nuestro país, y sobre todo cuando en Oaxaca existen poblaciones como la ficticia “El Parián” y sus mezcalerías como “El Farolito”, donde se expende el principal producto líquido de consumo etílico en dicho estado sureño y ya mítico, en donde se han dado los movimientos culturales y artísticos más ideológicos de México, incluso a nivel político, dicho lugar es la cuna de los presidentes más aferrados al poder gubernamental: Juárez y Díaz. No en vano, las características del lugar y sus protagonistas aferrados nos hablan de un lugar sui géneris, por su “encanto de fuerte personalidad”. Y precisamente ahí, es donde nace Ignacio Ortiz Cruz, director “entercado” con su vasta creatividad, aparte de dirigir su segundo filme “Mezcal” (México, 2004) —rodaje que se realizó hace casi tres años— con toda la idea de ser una alegoría propia del libro “Bajo el volcán” de Malcolm Lowry, también llevado al cine “jolivudiano” por John Huston (E.U. 1984), con el mismo título.
La cinta nos narra historias dentro de cada cerebro embebido de este producto dulzón, que proporciona sensaciones agrias. Los personajes, bajo la calidez de una borrachería inserta en una región surreal sólo mexicana y bajo una lluvia torrencial, cuentan sus azares de la vida, sus penares, sus tragicomedias individuales, mientras al son de la magia cinematográfica, viajamos en historias rurales con revelaciones que podrían dar jirones a sus almas. Es una argumentación poética, un tanto frenética y ontológica que a diferencia del otro logro laureado “El violín” (Francisco Vargas, 2005) —un reflejo realista de putrefacción social en México, con solvencia estética— aquí nos enseña el dramatismo de la crisis existencial, con la ironía buñueliana de sus películas campiranas. Dos trabajos multipremiados internacionalmente, creados en la misma generación, que reivindican la nueva ola del cine mexicano de autor, la poesía musical como recurso de cinemática, y que demuestran cómo los diferentes estilos —el realismo de “El violín” y el surrealismo mágico de “Mezcal”— pueden ser llevados a dimensiones de contemplación masiva, libres de cualquier cafeína intelectualoide.
Es un cine sencillo, pero de arquetipos complejos por sus desencantos, cavilaciones y ensimismamientos, en donde los roles humanos vagan y divagan al ritmo de las copas, sobreviviendo al estilo josealfrediano, al no querer amanecer con una cruda más, para musitar que la vida no vale nada. En general es un trabajo que si bien carece de grandes recursos, no deja de ser regocijado y ausente de diálogos sabiondos o cargado de barruntos superfluos, que hubiesen descompuesto la idea turbia de la condición humana.
Ortiz Cruz, apenas con este su tercer largometraje como director, ya fue premiado con 12 arieles por dos películas, “Mezcal” y "Cuentos de hadas para dormir cocodrilos” (México, 2000), la otra alegoría surrealista del mundo bucólico, sobre un hombre que indaga sus pesadillas. Además escribió el guión de “La mujer de Benjamín” (Carlos Carrera, 1991), una cinta excelentemente interpretada por Eduardo López Rojas —el inolvidable Mazacote de “Los caifanes” (Ibáñez, 1967)— en otra simple historia con el sello de la herencia del inefable aragonés Luis Buñuel, “Nazarín” (México, 1958).
Más vale tarde que nunca, pero “Mezcal”, como la mayoría de las películas mexicanas que no vienen precedidas de las jaranas inicuas de promoción (sin fama, ni glamour), llegó el pasado fin de semana con sus doce modestas latas y su par de “reflexivas” semanas en cartelera, experiencia igual de existencialista, que sólo los cinéfilos “aferrados” —lamentablemente— pueden apreciar.
* Colaborador independiente
alfredohgo@yahoo.com.mx

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